Por Noah Rothman
EEUU nunca quiso intervenir en Siria. Barack Obama hizo todo lo que estuvo en su mano para no mandar tropas americanas a ese enmarañado conflicto, aun a costa del prestigio de EEUU y de su Administración.
Pero mientras Obama vacilaba, la guerra química volvía a imponerse en el campo de batalla, se producía la mayor catástrofe humanitaria del s. XXI, el consenso político europeo saltaba por los aires a causa de la marea de refugiados, los soldados iraníes y rusos entraban en hostil y peligroso contacto fuerzas aliadas de la OTAN y una depravada red terrorista se hacía con vastas extensiones de territorio y martirizaba a miles de personas. Únicamente la amenaza del genocidio y la perspectiva del colapso del Estado iraquí impelió a Obama a hacerse mirar su miopía. Aunque se perdió un tiempo muy valioso, Obama finalmente comprendió que la única superpotencia del planeta no podía permanecer impasible mientras conflictos locales degeneraban en crisis regionales.
Donald Trump heredó de Obama la reluctante guerra contra el ISIS, pero también asumió su no confesada misión de más amplio espectro en Siria: impedir un conflicto entre grandes potencias retirándose de un escenario bélico en manos de actores estatales en conflicto sin zonas de control delineadas. Irán, Israel, Rusia, Turquía, Francia, Reino Unido, EEUU y una pluralidad de países de Oriente Medio, así como sus peones locales, están todos llevando a cabo operaciones militares en torno a Siria, disparándose los unos a los otros en una disputa de muy alto calibre que no está haciendo demasiado por contener el terrorismo islamista.
Así las cosas, cómo decir que la misión antiterrorista en Siria se ha completado. El sedicente califato del Estado Islámico mantiene un bastión en la zona central del valle del Éufrates, y con frecuencia exporta terrorismo a Siria, Irak y cualquier otro lugar de la región. Hace nada, en noviembre de hecho, las fuerzas de la coalición repelieron un ataque de elementos del ISIS cerca de Deir Ezor. Sólo entre los días 8 y 15 del mes corriente, EEUU ha llevado a cabo más de 200 ataques aéreos y artilleros en Siria.
Aunque el vicecomandante general de la misión insista en que los cerca de 2.000 miembros del ISIS que operan en la zona “no alcanzan” para conseguir “ganancias significativas o duraderas” a la organización, el Estado Islámico y Al Qaeda en Siria están en condiciones de reconstituir sus fuerzas en aquellas áreas rurales y remotas donde representan las únicas fuentes de estabilidad o autoridad. “No les sería difícil reunir recursos humanos y materiales para luchar contra una dictadura perversa y profundamente impopular controlada por una confesión minoritaria respaldada por Irán”, ha escrito el analista Hasán Hasán. Menos aun les costaría si EEUU se retirara.
Rusia, Irán, lo que queda del régimen de Asad y los Estados árabes del Golfo manejan definiciones muy distintas de terrorismo, y raramente se alinean con las que se manejan en Occidente. La existencia del ISIS incluso tiene un valor instrumental para el criminal régimen sirio y sus sostenedores, en la medida en que el grupo terrorista permite al régimen genocida de Damasco presentarse ante las crédulas audiencias occidentales como defensor de la civilización. Quizá fuera una razón de cálculo lo que hizo que Asad se pasara buena parte de la guerra comprando petróleo procedente de campos ocupados por el ISIS mientras daba prioridad a la lucha contra las facciones rebeldes laicas.
“Hemos derrotado al ISIS en Siria”, tuiteó ayer el presidente. “Esa era mi única razón para estar ahí durante la Presidencia Trump”. Esta críptica autoafirmación se produce en medio de frenéticas filtraciones del Pentágono que dicen que Trump ha ordenado una retirada súbita y completa de las fuerzas de EEUU en Siria. Es una promesa que ya ha hecho en otras ocasiones, pero ahora suena distinto. Al parecer, EEUU ha empezado a informar a sus socios regionales de su retirada inminente, el personal del Departamento de Estado operativo en la zona está haciendo las maletas y lo específico de los relatos que se están haciendo llevan a la conclusión de que, verdaderamente, es lo que va a pasar.
Decir que esta maniobra apenas tiene sentido operativo es quedarse corto. La lucha contra los grupos terroristas sigue su curso. Al igual que los esfuerzos por dotar de un orden post-conflicto a Siria. No queda nada claro cómo la entrega de Siria a Irán y sus vasallos hará avanzar el objetivo de la Administración Trump de contener la influencia iraní en la región, y que la retirada vaya a hacer menos probables los ataques terroristas masivos en EEUU y Europa. Aun cuando la Casa Blanca ponga fin a las operaciones normales en Siria, su campaña encubierta contra actores estatales y no estatales debe proseguir, a menos que el presidente quiera socavar sus propios objetivos estratégicos.
Los comentaristas políticos y los ideólogos antiintervencionistas incidirán en que la retirada de la modesta presencia americana en Siria es popular. Claro, ¿y qué esperaban? Es que no hay nadie en la clase política que esté abogando por una intervención sustancial y sostenida en esa zona de conflicto.
Con independencia del cinismo de unos espectadores hastiados, la no intervención en conflictos exteriores es la posición americana por defecto. Sólo actuamos cuando no queda más remedio, a veces en lugares y tiempos que no hemos elegido y luego de sufrir pérdidas sustanciales. Igualmente frustrante es la tendencia americana a no mostrar la resolución necesaria para machihembrar una victoria militar con una conclusión política sostenible.
Por desgracia, la Historia se repite en el Levante.
Hace casi exactamente siete años, otro presidente llevó a cabo otra popular retirada de soldados americanos de un país en una delicada situación post-conflicto. Entonces, como ahora, el Gobierno central de ese país no tenía el control completo del territorio ni había allí el consenso político preciso para que la paz fraguara. Pero nada de eso importó. Lo que había era una promesa electoral que cumplir. Menos de tres años más tarde, las tropas americanas estaban de vuelta en Irak, perdiendo una sangre y unos recursos valiosísimos en la recuperación de un territorio que tan poco tiempo atrás había estado en sus manos. Hoy, las condiciones en Siria son mucho menos estables que las que se daban en Irak cuando el ISIS desbordó la frontera, conquistó ciudades ancestrales y expulsó a las fuerzas iraquíes.
Puede que estemos de vuelta en Siria muy pronto. Y si la Historia se repite, será para recordarnos el tremendo error que estamos cometiendo en estos mismos momentos.
© Versión original: Commentary
© Versión en español: Revista El Medio
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