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תִּפֹּל עֲלֵיהֶם אֵימָתָה וָפַחַד בִּגְדֹל זְרוֹעֲךָ יִדְּמוּ כָּאָבֶן

Esta noche y mañana (28 de Iyar) celebramos Yom Yerushalayim, el día que Jerusalem fue liberada.

En 1967, Egipto, Siria y Jordania, con la ayuda de Iraq, Arabia Saudita, Túnez, Marruecos, Argelia, Libia, Kuwait, Pakistán, la OLP y Sudán, decidieron atacar y destruir al joven Estado de Israel. El ejército árabe combinado, apoyado y suministrado principalmente por la URSS, contaba con 465.000 tropas, 2.880 tanques y 900 aviones.

En comparación, Israel contaba con 264.000 soldados (de los cuales 200.000 eran reservistas), 800 tanques y 300 aviones. El presidente egipcio Gamal Abdel Nasser movilizó sus tropas en el desierto del Sinaí. Expulsó a las fuerzas de paz de la ONU e inició otras acciones que fueron consideradas un acto de guerra, como cerrar el canal de Suez.

Estaban tan confiados en su superioridad militar que los estados árabes celebraron la victoria y se regocijaron por la destrucción del Estado judío incluso antes de que comenzaran la guerra. El 5 de junio de 1967, Israel lanzó un ataque preventivo, que comenzó lo que se conoce como la Guerra de los Seis Días. Israel no sólo sobrevivió a los ataques de un ejército mucho más numeroso y fuerte -sin ayuda estadounidense- sino que también conquistó la Península del Sinaí, Judea y Samaria y las alturas del Golán.

Y el aspecto más importante de la victoria israelí fue que 1900 años después de su destrucción por los romanos, el 28 de Iyar 1967, Israel liberó y recuperó el control de Yerushalayim (Jerusalem). Ese fue probablemente uno de los días más felices de la historia del pueblo judío, la culminación de la independencia de Israel que comenzó en Yom haAtzmaut, 1948.

Muchos milagros (נסים גלוים) ocurrieron en la guerra de los Seis Días y muy especialmente en las batallas de Yerushalayim. No deberíamos sorprendernos. En la Torá HaShem le prometió al pueblo de Israel que si seguimos Su voluntad, incluso si nos encontramos superados en número, HaShem intervendrá en nuestro favor.

Él peleará con nuestras tropas, nos protegerá y evitará nuestra destrucción (Debarim 20, 1-4): «Cuando salgas a pelear contra tus enemigos y veas caballos y carros y un ejercito más numeroso que el tuyo, no tengas miedo de ellos; Porque HaShem tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, estará contigo … HaShem tu Dios ira contigo, y peleará contigo contra tus enemigos, para salvarte … “. Hemos tenido el privilegio de ver con nuestros propios ojos como las promesas de HaShem se cumplieron en los milagros que tuvieron lugar durante la guerra de los Seis Días.

En Shirat haYam (Éxodo capítulo 15), la canción que el pueblo de Israel cantó después de derrotar a los egipcios y cruzar el mar, tenemos una clara indicación de cómo HaShem «va a la guerra con nosotros» para derrotar a nuestros enemigos: Su «Modus Operandi», por así decirlo, cuando interviene en nuestro favor.  La Torá dice: תִּפֹּל עֲלֵיהֶם אֵימָתָה וָפַחַד בִּגְדֹל זְרוֹעֲךָ יִדְּמוּ כָּאָבֶן: «Las naciones oirán y temblarán … los jefes de Edom se aterrarán, los jefes de Moab serán dominados por el pánico, por el poder de Tu brazo estarán petrificados [de miedo] inmóviles como una piedra.  Una y otra vez la Torá repite que HaShem interviene infundiendo miedo en nuestros enemigos.

El siguiente es sólo uno de un sinnúmero de testimonios de soldados que lucharon en la guerra de los Seis Días y fueron testigos de esta intervención Divina.

Israel, un taxista israelí que fue reclutado para luchar en la Guerra de los Seis Días como paracaidistas asignada a la conquista del Estrecho de Tirán, dijo a su regreso de la guerra:

«Después de aterrizar en el Sinaí, me enviaron con otro soldado, un electricista, para patrullar la zona. Cuando nos habíamos distanciado dos kilómetros, un camión militar egipcio apareció ante nosotros lleno de soldados y montado con ametralladoras por todos lados. Sólo teníamos armas ligeras con unas cuantas balas que no podían detener al camión ni por un segundo.

No podíamos retroceder, por lo que nos quedamos allí parados, desesperados, esperando el primer disparo. Y por falta de una mejor idea, apuntamos nuestros fusiles a ellos. Pero los disparos no llegaron. El camión egipcio se detuvo, y decidimos acercarnos con cautela. Encontramos en el interior del camión a 18 soldados egipcios, sentados, con las armas en la mano, y con una mirada petrificada en sus rostros. Nos miraron con gran temor,  como si pidieran misericordia.

Les dijimos: «¡Manos arriba!» Cuando estábamos marchando y volví a un estado de calma, le pregunté al sargento egipcio que estaba a mi lado: «Dime, ¿por qué no nos disparaste?.  No lo sé -dijo el sargento- mis brazos se congelaron y quedaron paralizados. Todo mi cuerpo estaba paralizado y no sé por qué” ¿Por qué no nos eliminaron? No tengo una respuesta lógica. ¿Cómo se podría pensar que Dios no estuvo con nosotros en esta guerra?».

Por: Rabino Yosef Bitton, colaborador de Unidos con Israel

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