Por Lawrence A. Franklin

En un discurso reciente en la Biblioteca Presidencial Ronald Reagan de California, el secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, dejó caer que EEUU apoyaría al pueblo iraní si tratara de acometer un cambio de régimen. “Aunque ha de ser el pueblo iraní el que determine el rumbo de su país, EEUU (…) apoyará [su] voz largamente ignorada”, dijo.

¿De qué “rumbo” hablamos? ¿Están los iraníes tratando de cambiar de régimen? Si es que sí, ¿por qué han fracasado las protestas en el pasado, y cómo podrían correr mejor suerte las que están teniendo lugar ahora?

Algunos comentaristas sugieren que las manifestaciones en curso son un indicio de que el régimen de los mulás podría tener problemas. Esta opinión se basa parcialmente en la idea de que Teherán y otras ciudades siguen en buena medida como a finales de los años 70, cuando los comerciantes desempeñaron un papel fundamental en el derrocamiento del sah Reza Pahlavi. Pero lo cierto es que el poder político, financiero y espiritual del Bazar ha disminuido considerablemente.

En los dos primeros años de existencia de la República Islámica, el régimen teocrático llevó a cabo una purga a gran escala entre los hombres de negocios del Gran Bazar de Teherán políticamente activos. Hoy día, la relevancia económica es asunto de los Cuerpos de la Guardia Islámica Revolucionaria (CGIR) y de los ideólogos vinculados al Líder Supremo, ayatolá Alí Jamenei. Los CGIR son un poderoso conglomerado económico, y muchos emporios industriales están en manos de sus veteranos. Los guardias revolucionarios en situación de retiro hacen uso de sus contactos políticos en el Majlis, el Parlamento –donde hay asimismo veteranos de los CGIR–, para obtener ventajas económicas.

Con todo, ocasionalmente los comerciantes del Bazar organizan protestas contra las políticas del régimen, como sucedió en 2008 y 2010. Ahora bien, no abogan por el cambio de régimen, sino que muestran su rechazo a, por ejemplo, la decisión que tomó en su día el presidente Mahmud Ahmadineyad de subir los impuestos.

Cuando se produjeron las protestas con motivo de la victoria electoral de Ahmadineyad en julio de 2009 –la sensación general era que no había logrado tal triunfo–, numerosos analistas extranjeros especularon con la posibilidad de que el régimen estuviera a punto de colapsar. Pero se desató una oleada represiva y no hubo cambio alguno.

¿Qué sectores de la sociedad iraní apoyaban a Ahmadineyad? Pues, por ejemplo, gente de los CGIR y de las milicias Basij, y el régimen confió en ella para sofocar las protestas.

Aunque las manifestaciones de 2009 fueron considerables, no consiguieron alcanzar una masa crítica como sí consiguieron las que tuvieron lugar en Egipto en 2013 contra el presidente Mohamed Morsi. Se dice que a una manifestación en Teherán acudieron tres millones de personas, pero es que la capital del país y su conurbano tienen una población de 15 millones. En los barrios del norte de Teherán hay una gran concentración de individuos en buena posición y formación, estudiantes, profesionales liberales, miembros de la clase media, todos los cuales tienden a ser críticos con el régimen. Esto puede haber dado la impresión de que la mayoría de los iraníes querían el cambio de régimen en 2009, y que lo quieren hoy en día. Por otro lado, a algunos periodistas se les ordena abandonar el país en tiempos de desórdenes públicos, y otros son confinados en sus domicilios, o se les restringe severamente la circulación. En consecuencia, la mayoría de las informaciones sobre las protestas provienen de bastiones opositores en Teherán.

Además, la mayoría de los corresponsales extranjeros no hablan farsi y, por tanto, se entrevistan preferentemente con estudiantes que saben inglés. La mayoría de estos apoyaron al candidato opositor Hosein Musavi, que aparecía profusamente en sus medios. Todo ello contribuyó muy probablemente a la idea de que Musavi era el legítimo y abrumador vencedor de la contienda electoral, lo que puede que fuera cierto… o que no lo fuera.

Como no hay evidencias de que el régimen haya acometido reformas de calado para aplacar a la oposición, su capacidad de retener el poder no ha de ser subestimada. Una posible explicación para su supervivencia, aparte de la cruda represión, es que, si bien una mayoría de los iraníes parecen querer las reformas, es posible que, como en Turquía, una considerable parte de la población siga apoyándolo. En cuanto a la eficacia de la brutalidad represiva, podría aducirse que la represión en tiempos del Sah también fue brutal, pero eso no impidió que Pahlevi acabara siendo derrocado por la Revolución Islámica en 1979. Revolución Islámica que acabó reduciendo las libertades de los iraníes, en lugar de ampliarlas.

Puntos débiles de la oposición
En el fracaso de las protestas de 2009 cabe rastrear una sustancial desconexión entre dos grupos: los comandados por los líderes opositores Musavi y Karrubi, que apoyaban la Revolución Islámica y no pretendían derrocar el régimen, sino reformarlo, y los manifestantes más radicales, que coreaban eslóganes como “Con la ayuda de Dios, la victoria está cerca; muerte a este Gobierno falsario”. La discrepancia en los objetivos de los líderes de las protestas, por un lado, y numerosos manifestantes, por otro, podrían explicarse, en parte, por la desconfianza de la ciudadanía hacia Musavi y Karrubi. Durante el tiempo en que Musavi fue primer ministro, a finales de los 80, en Irán hubo ejecuciones en masa; en cuanto a Karrubi, abundaron los rumores de que Karrubi se había enriquecido malversando enormes cantidades de dinero, y se vio implicado en varios escándalos ¡sexuales.

Puede que uno de los problemas actuales de la oposición sea la ausencia en su seno de una infraestructura política reforzada capaz de soportar las batidas represivas. El Movimiento Verde fue rápidamente descabezado cuando Musavi y Karubi fueron puestos bajo arresto domiciliario. El régimen fue lo suficientemente prudente para no convertirlos en mártires, pero cortó los lazos que les unían a los manifestantes. También hubo redadas masivas; y, lo peor de todo, EEUU guardó silencio, por mor del inútil acuerdo nuclear con Irán.

Además, la ausencia de líderes –en Irán no hay un Lech Walesa como en la Polonia alzada contra la dominación soviética– hace a los manifestantes vulnerables a las presiones del régimen, la rumorología, las teorías conspiratorias y las falsas esperanzas. El régimen ha restringido severamente las comunicaciones por internet y teléfono móvil, arrestado a decenas de periodistas y cerrado periódicos reformistas, lo que ha contribuido a desorientar aún más a los protestatarios.

Hoy, el mayor problema de la oposición sigue siendo su base relativamente estrecha. Los activistas siguen sin conectar exitosamente con los trabajadores pobres, sobre todo en los vecindarios menos prósperos del sur de Teherán. Este fracaso estratégico puede ser fruto de siglos de división social. (Aunque sigue habiendo poca vinculación entre los estudiantes y los trabajadores de clase media de la oposición y las masas de trabajadores agrarios, algunos manifestantes dicen que esto puede que esté empezando a cambiar, y que hay granjeros demandando una mejora en las políticas de reparto del agua).

La endeblez de su base es asimismo evidente en el fracaso de la oposición a la hora de forjar vínculos relevantes con las minorías étnicas, los azeríes, los baluchis, los kurdos, etc., que representan cerca de la mitad de la población. Una razón para la falta de protestas abiertas entre las minorías es que el régimen –como en tiempos del Sah– es igual de inflexible en la represión hacia ellos.

Otro factor destacable es el fracaso opositor a la hora de explotar las penosas condiciones económicas del país, a diferencia de lo que ocurrió en la Polonia del activista Walesa. Los paros laborales son esporádicos, y no consiguen interrumpir el flujo de bienes y servicios. Ni impedir la exportación de crudo, o la actividad en las rutas terrestres de transporte y en los puertos.

Actualmente, los iraníes que se oponen al régimen islamista son gente desarmada y carente de liderazgo que ha de hacer frente a milicias ultraleales a un régimen que les procura pingües beneficios económicos. Por desgracia, los manifestantes no han conseguido suscitar deserciones significativas en los servicios de seguridad ni en el estamento militar.

Hace poco, el consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, destacó que EEUU no está buscando en Irán un cambio de régimen, sino simplemente “deseando que el régimen cambie de comportamiento”.

Para noviembre, y si fuera necesario, está previsto un endurecimiento de las sanciones contra Irán. Ahora bien, la trágica realidad es que, sin una mayor ayuda a quienes preferirían el fin de las leyes represivas –y que el dinero que se usa para la corrupción y la represión, y para la financiación del terrorismo y de las agresiones en el exterior, se dedicara a la resolución de problemas domésticos como el desempleo o la crisis hídrica–, en Irán no vamos a ver ni cambio de régimen ni cambio de actitud del régimen.

© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio

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