Se sabía que el silencio en redes de Ben & Jerry’s no iba a acabar bien. La pasada primavera, cuando estalló el último conflicto entre Israel y Hamás, la compañía heladera, que ya era woke antes de que la mayoría de la gente supiera qué era eso de ser woke, fue objeto de presiones feroces por parte del activismo izquierdista para que rompiera con el Estado judío.
Por: Jonathan S. Tobin
Como informó The Boston Globe la semana pasada, Ben & Jerry’s dejó de actualizar sus cuentas cuando Hamás y otros grupos terroristas palestinos empezaron a lanzar cohetes y misiles –más de 4.000– contra núcleos israelíes de población, ante lo que Israel reaccionó contraatacando. La mayoría del país no perdió el sueño por que la heladera no estuviera sirviendo a sus seguidores tuits sobre sus nuevos sabores junto con otros en defensa del movimiento Black Lives Matter, tachando a EEUU de racista, clamando por el medioambiente o demonizando al expresidente Donald Trump. Ahora bien, como apuntaba el Globe, el silencio parecía relacionado con el hecho de que su ya antigua relación comercial con Israel pudiera ser vista como una afrenta a su reputación como portaestandarte de la sensibilidad concienciada.
Tras 61 días de mutismo, la compañía anunció esta semana que pondrá fin a la venta de sus helados en “los territorios palestinos ocupados”. Lo que quiere decir que cuando expire el contrato con su distribuidor, a finales del año que viene, nadie podrá adquirir sus productos en ninguna parte del territorio que fue ocupado ilegalmente por Jordania entre 1949 y 1967, que incluye buena parte de Jerusalén y toda la Margen Occidental. Ben & Jerry’s dice que seguirá en Israel “con un acuerdo diferente” por el que, en teoría, trabajará con una distribuidora que esté de acuerdo en boicotear la capital del país y unas tierras sobre las que nadie ha establecido su soberanía.
Como era de prever, esto no ha satisfecho a quienes atacan a la firma por su presencia en el Estado judío. Un grupo denominado Vermonteños por la Justicia en Palestina ha proclamado que no se dará por satisfecho hasta que Ben & Jerry’s –que tiene su sede principal en Vermont– cumpla plenamente con lo que dicta el BDS y ponga fin a todas sus operaciones en Israel.
Aunque hay quienes consumen sus productos simplemente porque les gustan, la compañía fundada por Ben Cohen y Jerry Greenfield en 1978 siempre se ha ufanado de su conciencia social, es decir, de su abierto apoyo a causas progresistas como la oposición al calentamiento global, el apoyo a los inmigrantes ilegales y el matrimonio homosexual, etc. Ha creado sabores como I Dough, I Dough, Empower Mint o Save Our Swirled que son proclamas políticas y destinado parte de sus ingresos a organizaciones de izquierdas. Aun después de ser vendida al gigante Unilever, Ben & Jerry’s ha conservado su marchamo de marca izquierdista. Así, en 2018 creó PeCAN Resist! para apoyar a grupos contrarios a Trump, algunos de ellos implicados en acciones antisemitas, como la Marcha de las Mujeres.
Pero, pese a todas estas décadas de activismo virtuosista, sigue operando en Israel.
El rechazo al derecho de Israel a existir y defenderse no siempre se ha considerado incompatible con el activismo progresista. Pero quizá ya no quepa decir lo mismo. En el último año, el movimiento Black Lives Matter y sus ideologías asociadas de la teoría crítica de la raza y la interseccionalidad se han convertido en hegemónicos. Lo que quiere decir que ahora muchos izquierdistas ven Israel sólo desde el prisma distorsionado de los mitos sobre el privilegio blanco, según los cuales la guerra palestina contra el Estado judío es de alguna manera equivalente a la lucha por los derechos civiles en EEUU.
Las reacciones ante la ofensiva cohetera de Hamás o cualquiera de los pretextos que se esgrimen para justificar sus más recientes crímenes de guerra están basados en esas ideas. Quienes dicen abogar por la “justicia en Palestina” quieren boicotear a Israel no por nada que haga sino por lo que es: el único Estado judío del planeta. Como sus defensores dejan claro, el BDS no va de respaldar compromisos en lo relacionado con los territorios, los asentamientos o las fronteras; su objetivo es eliminar ese único Estado judío. Una vez clasificas a los judíos como no nativos en su propio país –aun cuando la mayoría sea técnicamente gente de color originaria de Oriente Medio y el norte de África–, y sentencias que disfrutan de privilegio banco y por tanto deben ser desposeídos en favor de un grupo considerado no privilegiado, no hay lugar para Israel en la región.
Lo cual quiere decir que la clase de gente que acude a Ben & Jerry’s en busca de inspiración política no va a seguir tolerando que, por ejemplo, los judíos residentes en la Ciudad Vieja de Jerusalén (o en las afueras de la capital de Israel) pueda comprar un Chunky Monkey a la compañía que posee los derechos locales de distribución de la heladera woke.
Boicotear Jerusalén y los territorios es un BDS light, y algunos lo defienden como un gesto en pro del proceso de paz o de una solución de dos Estados… que los palestinos han rechazado repetidas veces. Pero no hay duda de que se trata de una mera parada en la ruta hacia el boicot total. Ben & Jerry’s emplea tanto a judíos como a árabes. ¿Dejarlos sin trabajo o hacer más difícil o imposible a los palestinos comprar sus productos hace más posible la paz?
Al contrario: negarse a reconocer la persistencia de la presencia judía en la patria ancestral judía –también en las áreas donde actualmente residen cientos de miles de judíos, que aun en el marco de una hipotética solución de dos Estados seguirán viviendo ahí– no hará avanzar la causa de la paz. Apoyar el BDS –en su antisemita versión integral o en una parcial– fomenta que Hamás y sus supuestamente moderados rivales de Fatah sigan negándose a reconocer la legitimidad de un Estado judío, con independencia de dónde se tracen sus fronteras.
Como en otros casos de BDS, Ben & Jerry’s y sus aún insatisfechos histéricos activistas de izquierdas no van a hacer el menor daño a un Estado judío con una economía pujante y cada vez más vinculado al resto de Oriente Medio. Como comentó el primer ministro Naftalí Bennett ante esta absurda decisión, los israelíes tienen un montón de compañías heladeras entre las que elegir. Sin embargo, sólo tienen un país, y no tienen la menor intención de rendirlo al odio que aventan los intelectuales izquierdistas y sus compañeros de viaje.
Al jugar a este juego, Ben & Jerry’s empujará a numerosos defensores de Israel a boicotearla en represalia, lo cual tampoco hará gran daño a la compañía. Lo que este desagradable episodio nos enseña es que, una vez una ideología tóxica se convierte en tendencia, el sentido común y la preocupación genuina por los derechos humanos y la justicia salen por la ventana.
Los judíos proisraelíes y quienes también sientan bochorno ante la actitud de la compañía woke sobrevivirán sin sus helados. Sea como fuere, los que están todo el tiempo hablando de justicia pero se involucran en un movimiento que está cebando los crecientes ataques antisemitas en todo el mundo deben dejar de pretender que están vendiendo helados con conciencia. Nadie que esté implicado en esta maniobra antiisraelí cobarde y deshonesta la tiene.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
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