Hezbollah leader Hassan Nasrallah. (AP/Hassan Ammar) (AP/Hassan Ammar)
Hezbollah leader Hassan Nasrallah

Por Husein Abdul Husein

Las guerras tienen objetivos, pero, en su intervención en Siria, Hezbolá ha redefinido su misión y movido sus metas una y otra vez. Después de todo lo que se ha dicho y hecho, Siria parece hoy un callejón sin salida que sólo puede resolverse en un marco de cambios globales. Y sin embargo, Hezbolá sigue luchando.

No pretendo vituperar a Hezbolá, o menospreciar su arrojo. Hezbolá ha demostrado una disciplina, resistencia y poderío que la sitúan muy por delante de la mayoría de las fuerzas combatientes de toda la región.

Pero ni siquiera superpotencias como EEUU pueden luchar en guerras indefinidas. En 2006 Estados Unidos se puso en contra del presidente George Bush y la guerra de Irak. Cuando Bush dijo que Washington iba a “mantener el mismo rumbo”, encendió aún más los ánimos de los estadounidenses de ambos partidos. El enardecimiento llegó a tal punto que Bush se vio obligado a pedir consejo a veteranos estadistas, y a continuación dio al Ejército lo que necesitaba para dejar fuera de juego a la insurgencia iraquí y dar a Estados Unidos una salida honrosa.

Beirut no es Washington y los seguidores de Hezbolá no son ciudadanos librepensadores. Los seguidores de Hezbolá, en su mayoría chiíes, van a apoyar a los líderes del partido sean cuales sean las consecuencias, de acuerdo al protocolo tribal que lleva mucho tiempo cumpliéndose. Sin embargo, Hezbolá parece estar abusando de esta lealtad, con unos chiíes libaneses que o son demasiado débiles para decir no a que sus hombres sigan muriendo en Siria, o están demasiado asustados o ambas cosas.

Los líderes de Hezbolá siempre se han servido del sectarismo para contener la ira de sus bases. Tras la guerra de 2006 con Israel, por la que pagó un alto precio en vidas, Hezbolá incitó a sus seguidores contra sus rivales suníes y drusos. Al vilipendiar al ex primer ministro Fuad Siniora y su Gabinete, y al acusar al legislador druso Marwan Hamadeh de actuar de francotirador para las fuerzas aéreas israelíes, el jefe de Hezbolá, Hasan Nasralah, desviaba la rabia chií que se fermentaba contra su partido hacia políticos libaneses indefensos como aquellos.

Nasralah ha venido utilizando el mismo manual de estrategia que en 2006 para desviar la rabia de los chiíes contra la participación indefinida de su partido en la guerra siria. Desde 2011, Nasralah ha tenido que redefinir la misión de sus milicias una y otra vez, desde limitarse a defender a los chiíes libaneses que viven en la frontera con Siria a defender los santuarios chiíes en Damasco o combatir preventivamente el radicalismo suní dentro de Siria antes de que logre llegar al Líbano.

De vez en cuando, Nasralah vitupera a alguien. Un día ataca a la Casa de Saúd, la familia soberana de Arabia Saudí; y al otro le da por Estados Unidos, o por Israel, o por los suníes del Líbano. A pesar de todas sus acrobacias retóricas, Nasralah no ha logrado paliar el desastre que se ha cernido sobre los chiíes libaneses: cientos de ellos están muriendo en el atolladero sirio. Los altos oficiales del Ejército de Hezbolá han ido cayendo de tal modo que Nasralah es, de los que fundaron la milicia en la década de 1980, uno de los pocos que sigue vivo.

El “radicalismo suní” que encarnan el Estado Islámico (ISIS) o el Frente al Nusra es un problema mundial que Hezbolá no puede en modo alguno afrontar. Decenas de los mejores Ejércitos del mundo están golpeando al ISIS día y noche. Decenas de servicios de inteligencia están persiguiendo a los líderes del ISIS. Y, a pesar de toda la sangre derramada, las valoraciones más optimistas sugieren que, una vez que pierda el control sobre sus territorios, el ISIS dejará de ser un Estado para convertirse en un movimiento insurgente, lo que significa que aumentarán sus atentados con terroristas suicidas, repunte del que ya se han visto algunas señales en la serie de atentados que ha perpetrado el ISIS en el Líbano, Irak, Jordania, Turquía o Arabia Saudí.

Hezbolá no tiene un claro objetivo militar en Siria, salvo del de librar una guerra de desgaste para mantener al presidente Bashar al Asad en el poder. Incluso Asad sabe ya que el mundo no le dejará caer, pero también que no le dejará restablecer o recuperar el control sobre el resto del país. Por el momento, el mundo sólo está supervisando el impasse sirio.

Ante la falta de un objetivo en Siria, sería mejor que Hezbolá se retirara inmediatamente y dejara que los chiíes se lamieran las heridas y enterraran a sus muertos. La sombra de la hecatombe siria perseguirá a los chiíes del Líbano durante generaciones.

Hezbolá podrá ser un peso pesado en un país pequeño como el Líbano. Pero en una escala mayor, en países como Siria, su peso queda diluido y su poder, aun siendo importante, puede lograr muy poca cosa.

Tal vez sea esta la razón por la que durante sus años dorados, en los 50 y 60 del siglo pasado, el Líbano se mantuvo al margen en las guerras regionales entre árabes e israelíes. Se podrá decir lo que se quiera de los líderes cristianos del Líbano de aquel entonces, pero eran muchos más inteligentes que sus descendientes. Antes, los cristianos entendían que, cuando luchan los grandes, es mejor que los pequeños se queden fuera. Hoy, ni los líderes cristianos ni sus aliados chiíes parecen comprender esa lección.

© Versión original (en inglés): NOW
© Versión en español: Revista El Medio

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