Número en el brazo del sobreviviente del Holocausto (Shutterstock) (Shutterstock)

Desde que en los artículos de Hermann Tertsch en El País descubrí la profunda fibra moral y la pujanza intelectual de la civilización israelita arrasada por el nazismo en la mitad oriental de Europa, lo judío y el Estado de Israel han sido para mí objeto de devoción y curiosidad constantes.

Por: Marcel Gascón

Buena parte de mis lecturas desde entonces las he dedicado a asuntos judíos, y allá donde he ido he buscado sinagogas y marcas de presencia hebrea con extraña regularidad para quien se aburre y cambia fácilmente, como es mi caso.

Mi primer contacto directo con lo judío lo tuve en Rumanía, donde entre 2006 y 2007 estudié con una beca Erasmus y fui corresponsal de EFE entre 2009 y 2012. En Bucarest visité las pocas sinagogas que Ceausescu dejó en pie y entrevisté al presidente de la federación de comunidades judías rumanas, Aurel Vainer.

En su despacho en uno de los anexos de la Gran Sinagoga, Vainer me habló de los años del antisemitismo fascista, que redujeron la judería rumana a casi la mitad, y de cómo la otra mitad fue emigrando poco a poco a Occidente o a Israel. (Durante el período de entreguerras vivieron en Rumanía 800.000 judíos; hoy quedan entre 3.000 y 7.000, según se miren el censo o el registro de cotizaciones de la comunidad hebrea).

Vainer, he sabido años después, militó en su juventud en el movimiento sionista. En 1949, cuando tenía 17 años, se fue a vivir con un grupo de correligionarios al puerto rumano de Constanza para enrolarse en una especie de kibutz que les preparaba para emprender una nueva vida en Israel. Vainer trabajó durante un tiempo en el puerto a la espera de emigrar a Israel.

Cuando al fin dos barcos israelíes atracaron en Constanza, la organización filocomunista creada para representar a los judíos en la Rumanía de posguerra tuvo prioridad. Vainer y sus compañeros se quedaron en tierra, mientras la nueva élite judía, que estaba en contra de la emigración de los judíos a Israel, llenaba los barcos y escapaba de los 40 años de dictadura socialista que venían para Rumanía. Las autoridades comunistas prohibieron durante casi dos décadas la emigración a Israel, y él se quedó para siempre en el país donde había nacido.

Vainer fue boxeador, es de profesión economista y ha representado a la minoría judía como diputado en el Parlamento. Hoy, a sus 88 años, continúa siendo el presidente de la federación de comunidades judías. Sus discursos son siempre un ejemplo de cordialidad y de un posibilismo indispensable para no abandonarse o enloquecer bajo un régimen comunista como el que padeció Rumanía.

Vainer es una persona discreta, abnegada y pragmática, lo más alejado que existe del adanismo y el histrionismo. Un lema muy acertado de campaña si se presentara a presidente sería “Lo mejor posible”.

De aquella entrevista recuerdo siempre recuerdo el consejo que me dio, y que cada día que pasa me parece más lúcido y valioso: en la vida haz las cosas con pasión, pero sin angustia.

Además de a Vainer, en Rumanía conocí bien a Mircea Rond, presidente de la comunidad judía de la ciudad de Focsani, en el este del país y de donde era mi novia. Rond me recibía en la sinagoga –demasiado grande para los pocos judíos que quedan– atestada de trastos que almacenaba para hacer después caridad.

En una pequeña sala llena de mesas con manteles de hule al lado del templo comíamos dulces mientras hablábamos y él resolvía sin la menor solemnidad algún asunto comunitario.

Rond y la comunidad que aún preside en Focsani son lo más parecido que he conocido a las viejas juderías humildes y llenas de vida que la literatura retrató en el Este de Europa. Cada mes envía a sus contactos esparcidos por Israel y medio mundo una revista en pdf llamada Menora.

“Minirrevista de la comunidad judía de Focsani”, dice en la cabecera pese a que cada número tiene cuarenta o cincuenta páginas, y en un recuadro de la segunda plana se presenta al “colectivo redaccional”. Está integrado por Mircea Rond, que es el director, y por su esposa Harieta, la secretaria de redacción. La revista ofrece noticias de Focsani, Israel y el mundo, además de secciones de chistes, gastronomía, efemérides históricas, consejos de salud y actualidad sobre los famosos.

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Mi pasión por lo judío me acompañó también a Sudáfrica, otro de mis destinos de corresponsal. Allí conocí a la superviviente del Holocausto Veronica Philips. Philips nació en Budapest y antes de pasar por los campos nazis y sobrevivir a las marchas de la muerte asistió en su ciudad al horror antisemita de las Cruces Flechadas.

En una entrevista que le hice y publicó hace poco Libertad Digital me contó que no ha podido sacarse de la cabeza una escena de cuando era niña en la capital húngara: la del dolor y la humillación de los judíos religiosos a quienes los cruces flechadas intentaban arrancar la barba. “Los gritos de esa pobre gente nunca los olvidaré”.

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Antes de conocer a Veronica visité en dos ocasiones Israel. Destruida la riquísima vida judía de Europa, Israel es el nuevo centro de gravedad de lo judío en el mundo. Aunque radicalmente distinto de las comunidades de la diáspora en fisonomía y estructura, el Estado de Israel comparte con aquel mundo desaparecido sus características fundamentales. La misma energía y creatividad desbordantes. Idéntica intensidad espiritual y el mismo espectáculo de esa forma virtuosa de amor a la realidad que llamamos pragmatismo.

La empresa criminal de Hitler y sus aliados liquidó a 6 millones de personas y acabó con un mundo irrecuperable, mutilando para siempre el alma misma de Europa. Pero pese a todo el dolor causado los nazis fracasaron en su objetivo de borrar de la faz de la tierra al pueblo judío.

No hay mayor prueba de ello que el éxito rotundo que es Israel, un Estado próspero y democrático pese a vivir bajo constante asedio donde quienes escaparon de Hitler y los nietos de quienes no lo consiguieron viven seguros y en plenitud y libertad su condición de judíos.

Cuando se cumplen 75 años de la liberación del campo de exterminio nazi por excelencia, conviene recordar que el triunfo de Israel sobre todas las dificultades y sus muchos enemigos es un triunfo del amor sobre Auschwitz.

Porque Israel y su vocación satisfecha de excelencia en todos los campos son una exaltación emocionante de los judíos y su talento. Y porque Israel no se ha construido nunca contra nadie, ni siquiera como venganza contra los nazis, sino para que nunca más una niña como Veronica haya de ver a sus mayores vejados en la calle por los gañanes. Para que la seguridad y la dignidad de los judíos, en definitiva, no vuelva a depender de la buena voluntad de un estado que no es el suyo.

Fuente: elmed.io®

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