Dice el refrán que la historia la escriben los ganadores, pero la realidad no siempre es así.

La primera batalla documentada, la de Qadesh del 1274 a.e.c. entre el faraón egipcio Ramsés II y el rey hitita de Muwatalli fue glorificada por ambas potencias de la antigüedad como una gran victoria propia. Un caso mucho más reciente: Israel ganó de forma contundente la Guerra de los Seis Días de 1967; sin embargo el relato histórico que se ha impuesto no es el de los vencedores sino el de los vencidos.

Cincuenta años después se sigue hablando de “territorios ocupados” cuando, para serlos, deberían haber pertenecido antes a un estado, mientras que lo que se “capturó” fueron unos “territorios ocupados” militarmente por países que invadieron otro creado por decisión de Naciones Unidas. La “ocupación” sí que es tal en el caso de los Altos del Golán que pertenecían a Siria, país con el que no se ha firmado la paz. Pero ésta no es la “historia” que cuentan los medios y muchos políticos.

Puede que en la mayoría de los casos el relato que se imponga sea el de los vencedores, pero la historia no está consolidada aunque quede tallada en la piedra.

Es justamente en períodos aparentemente estables cuando la retórica del derrotado vuelve a centrar el foco de atención y se impone el revisionismo. Los primeros en caer son los bustos de los héroes del pasado para erigir semblantes mucho más favorables y humanos de los monstruos de ayer.

En Europa hemos pasado casi sin notarlo de la muy minoritaria presencia de nostálgicos de épocas totalitarias y de negacionistas de sus atrocidades, a un apoyo amplio y justificativo de sus tesis y acciones, incluido el racismo, la discriminación y el genocidio. Es lo que se llama una “narrativa”, palabra que ha pasado de ser un género literario de ficción, a disfrazarse de ciencia histórica que pretende persuadir de “realidades” alternativas.

Es muy sencillo falsificar la historia y hasta robarla en beneficio de una empresa con la que no tiene vinculación alguna. Por ejemplo, los nacionalismos suelen apropiarse de personajes y hechos relevantes para atribuirles una cuna intencionadamente oculta por “los vencedores”. En la narrativa palestina se llega al extremo de robar la historia del propio enemigo, creando holocaustos particulares o convenciendo incluso a países aparentemente cultos e inmunes a las patrañas de que la tierra de Israel, Jerusalén o el propio Kotel (el llamado Muro de las Lamentaciones) no tienen nada que ver con los judíos.

No debemos seguir permitiendo que los libros de texto y los medios de comunicación al servicio de estas ideologías sustituyan los hechos por cuentos chinos, la historia por la ficción.

Jorge Rozemblum

Director de Radio Sefarad

www.radiosefarad.com

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