El Presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan (AP/Burhan Ozbilici) (AP/Burhan Ozbilici)
Recep Tayyip Erdogan

En una Turquía con un presidente que ha encarcelado a medio país, y que va a restaurar la pena de muerte, la pregunta no es si la democracia está amenazada. La pregunta es si la Democracia, con mayúsculas, es una amenaza para la Turquía islamista de Erdogan.

Todo parece indicar, hasta el momento, que Estados Unidos no va a extraditar a Fetullah Gülen después de que el presidente turco Erdogan le acusara de ser el instigador del reciente intento de golpe de estado. Erdogan ha pedido a Estados Unidos la extradición urgente de Gülen. Las supuestas pruebas contra Gülen las están fabricando contra reloj en Turquía, pero parece que no son lo suficientemente consistentes para que la administración Obama considere la extradición.

La Turquía gobernada con mano de hierro, por el islamista Erdogan, lleva años disimulando por parecer una nación moderna y democrática. La posición que adoptó Erdogan contra Israel, cuando intervino en la flotilla que pretendía romper el bloqueo a Hamás en Gaza, rompió toda esperanza de que Turquía fuera una nación islámica de corte democrática. La Turquía dominada por Erdogan ha jugado a parecer una democracia, pero la realidad de los hechos ha demostrado lo contrario.

En estos momentos son miles los encarcelados por Erdogan. Militares, maestros, jueces, periodistas, intelectuales, artistas o funcionarios públicos están llenando las crueles cárceles turcas. El caos reina en una Turquía paralizada administrativamente, que persigue a sus propios funcionarios como si fueran terroristas. La amenaza de volver a instaurar la pena de muerte provocaría un nuevo genocidio, como el ya ocurrido contra los armenios en el 1915. La vida de los detenidos, en inhumanas condiciones, está en serio peligro si las naciones democráticas no intervienen con rapidez. El expansionismo turco-islamista ya ha invadido de forma sigilosa Europa, particularmente Alemania, donde la población turca se cuenta en varios millones. El complejo dominador del Imperio Otomano está en los genes de Erdogan.

Erdogan ha decretado el estado de emergencia anulando todos los derechos y las supuestas libertades que gozaban los turcos. Las redes sociales han sido intervenidas y el acceso a “WikiLeaks” ha quedado restringido o directamente bloqueado. La corrupción en la administración de Erdogan puesta de manifiesto por “WikiLeaks” es una de las claves que podrían haber propiciado el fracasado golpe de estado.

La medida, según el presidente turco, va encaminada a combatir “la amenaza a la democracia” según sus propias palabras. La realidad es que la democracia es la que amenaza a la dictadura islámica que Erdogan ha impuesto. No existen “valores democráticos” en la Turquía de Erdogan. Lejos de existir valores democráticos la ley islámica es la que rige en el caos turco. Todo parece indicar que la venganza de Erdogan va a causar cientos de miles de muertos, aunque esperamos y deseamos estar confundidos.

La Turquía de Erdogan se está convirtiendo en un inmenso campo de concentración a la espera de las primeras ejecuciones. La prohibición expresa de que ningún funcionario o trabajador del estado abandone Turquía no tiene visos de nada bueno, sino de todo lo contrario. Erdogan la ha llamado “La Gran Limpieza” lo que hace temer una represión mortal. Las cabezas empezarán pronto a rodar en Turquía. No solo las cabezas políticas sino las cabezas de muchos en el sentido más literal.

¿Cómo afectará la situación turca a las relaciones con Israel? Las ya tensas relaciones de Israel con Turquía habían empezado a encauzarse hacia un posible acuerdo, pero la nueva situación turca hará que se tengan que redefinir las líneas que lo podrían conformar. Mientras esperamos recemos por la causa de la paz, la libertad y la democracia. La vida de cientos de miles de personas está en peligro en la Turquía de Erdogan.

Por: José Ignacio Rodríguez, colaborador de Unidos con Israel

Donate to Israel