Por Rav Emanuel Feldman – Una regla general para medir la relevancia del Holocausto es que ciertamente a los enemigos del pueblo judío sí les importa – tanto que muchos quisieran exterminar su memoria por completo.
Ellos son incomprensivos con nosotros: ¿Por qué ustedes, los judíos, dan vueltas alrededor del Holocausto? ¿Por qué no olvidan y siguen adelante? La misma mentalidad que no se perturbó cuando se hizo una carnicería con seis millones de judíos ahora resiente que recordemos a esos mismos seis millones. Olviden el Holocausto, dicen, y sigan adelante. ¿De qué sirve seguir recordándolo?
Hay varias razones para estos intentos de borrar de la memoria, e incluso de negar el Holocausto:
– Su recuerdo le da fortaleza espiritual al pueblo judío.
– Refuerza la existencia del Estado de Israel.
– Crea simpatía por el pueblo judío.
– Transforma al pueblo judío en héroes, ya que atravesaron esta tragedia y no sólo sobrevivieron sino que también florecieron.
– Porque los negadores se rehúsan a enfrentar el oscuro potencial que hay en la humanidad y en ellos.
– Y quizás principalmente, porque si el Holocausto fuera olvidado, su propia complicidad en él –por lo menos por su consentimiento silente— también será olvidada, y se sentirán exonerados.
Pero el Holocausto sí importa, por las numerosas lecciones que se derivan de este período negro de la historia.
Entre estas lecciones está el hecho de que el mal y el odio injustificado son una realidad que existe en nuestro mundo. El ser humano tiene una capacidad infinita para el mal, que si se deja sin restricciones, puede destruir al mundo. La visión de que la bondad es una cualidad innata en la humanidad no sólo es optimista, sino que también es peligrosa y falsa.
La Torá misma nos dice que el “impulso del corazón del hombre es malvado desde su juventud” (Génesis 8:21). El hombre no nace bueno. Tiene que hacerse bueno – forjando su carácter, venciendo sus instintos básicos, aprendiendo que hay otro además de él y Otro sobre él.
El Holocausto muestra lo que puede ser un ser humano cuando permite que la bestia dentro de sí lo controle.
Nos enseña que debemos estar alertas ante la existencia del mal, tanto en los demás como en nosotros mismos. Una vez que somos conscientes de esta realidad, podemos trabajar para erradicarla. Las mitzvot de la Torá están diseñadas para ayudar a nuestras cualidades espirituales internas a dominar la bestia que también tenemos dentro.
Más aún, aprendemos de esta tragedia que permanecer silentes ante el mal es consentirlo, alentarlo y ayudarlo a que se fortalezca. La historia nos enseña que el mal triunfa cuando la gente buena permanece silente. Pero cuando la gente se levanta en contra del mal, el mal finalmente desaparece y el bien prevalece.
Mitigando a la Alemania Nazi de la década del 30 y haciendo la vista gorda con sus políticas de discriminación, odio, y finalmente el asesinato indiscriminado de judíos, la parte del planeta que se autodenomina “el mundo libre” alentó a los nazis a continuar con sus caminos malvados —con el resultado de no sólo seis millones de judíos asesinados brutalmente, sino de una cantidad incontable de otras vidas también destruidas, y el engendramiento de indescriptible sufrimiento humano. Cometimos el error de no creer lo que estaban diciendo. Tempranamente, los nazis declararon con precisión cuales eran sus planes. El mundo no debería haberse sorprendido.
Uno nunca debería dudar de las intenciones malvadas de los tiranos. Hoy en día, cuando escuchamos hablar sobre destruir a Israel y tirar a su gente al mar, debería ser una locura no considerarlo.
Del Holocausto también aprendemos que el mal, el odio y el antisemitismo no siempre son el resultado de la ignorancia, sino que incluso una sociedad altamente educada, cultivada y sofisticada puede caer ante la persuasión del mal. Alemania era líder en ciencia, arte, educación, literatura, filosofía y música – pero nada de esta superioridad cultural fue una garantía en contra de la crueldad y la bestialidad que demostraron con su comportamiento. Los guardias de Auschwitz escuchaban a Bach mientras sus víctimas eran asfixiadas con gas hasta la muerte.
El Holocausto subraya un hecho curioso: donde sea que encontramos un gran mal en el mundo, invariablemente está dirigido hacia el pueblo judío. Los peores tiranos de la historia tienen un objetivo en común: destruir a los judíos. Stalin y Hitler en el último siglo son sólo los más recientes en la interminable exhibición de anti-judaísmo violento. De alguna manera, los enemigos de la libertad, de la paz, del amor, de la bondad, y de la moral también han sido los enemigos de los judíos.
¿Por qué los tiranos desatan su furia en contra de los judíos? Muy simple. Porque dentro del judaísmo hay una cierta santidad, y la existencia de la misma es un desafío a la esencia misma de la tiranía. El odio al judío es en realidad un odio a Dios y a la moral, a la ética y a la autodisciplina que Él –por medio de la Torá— ha intentado introducir en el mundo.
Un pueblo es juzgado no sólo por sus amigos sino también por sus enemigos. Aunque es extremadamente doloroso, los judíos cargan con la enemistad de los tiranos del mundo con orgullo y coraje. Porque esta enemistad sólo demuestra que el judío representa una escala de valores diferente en el universo, y constituye un desafío formidable para el dominio del mal.
Por lo tanto el Holocausto importa, y mucho. Recordarlo no sólo honra a los mártires que cayeron por la causa del pueblo judío, también destaca la consciencia de que a pesar de los estragos, todavía florecemos como un pueblo dinámico. Y esto nos fortifica y refuerza nuestra fe en las promesas de Dios sobre la eternidad del pueblo judío.
La memoria es un aspecto integral de estar vivo, es el elemento cohesivo de nuestra identidad propia. La memoria también es un elemento integral de la vida de un pueblo, porque un pueblo que olvida su pasado no tiene futuro.
Cuánto de esto es verdad sobre los judíos, quienes durante la mayoría de la historia no han tenido tierra, bandera, ejército ni protección. Sólo tuvimos nuestra Torá, nuestro Dios – y nuestra memoria nacional.
Porque los judíos son un pueblo que recuerda, nunca olvidamos nuestros orígenes. “Si te olvidara, Jerusalem, que mi mano derecha falle…” dice el Rey David (Salmos 137:5). Nunca olvidamos Jerusalem, nunca olvidamos nuestra historia. Si hubiéramos olvidado, habríamos dejado de existir como pueblo hace mucho tiempo. En donde sea que hayamos vagado en nuestro exilio, nuestras plegarias siempre han estado dirigidas hacia Jerusalem. No olvidamos, e incluso en los momentos de máxima alegría –en nuestras bodas— rompemos una copa para recordarnos que mientras nuestro Templo no sea restituido nuestra felicidad no es completa.
Hasta hoy en día, cuando nos acercamos al vestigio remanente de nuestro antiguo Templo, rasgamos nuestras prendas como lo hacen quienes están de duelo. Y tenemos días de ayuno especiales para señalar las diferentes etapas de la destrucción de Jerusalem – no porque deseamos aferrarnos a la tristeza, sino porque sabemos lo que ocurre cuando un pueblo olvida su pasado. Es la memoria nacional judía lo que explica parcialmente la misteriosa supervivencia de nuestro pueblo a pesar de tener todas las probabilidades en nuestra contra. La memoria es una parte integral de la existencia judía y esto se ve en la Biblia. El término zikarón, “memoria”, aparece más de 20 veces en los Cinco libros de Moisés, y también allí hay más de 300 variaciones del término zajor, “recuerda”.
Es tan vital no olvidar el mal, que de los muchos de los mandamientos que tratan con la memoria, uno de los más enfáticos es el requerimiento de recordar a la tribu de Amalek, quien trató de destruir a Israel cuando vagaba por el desierto.
¿Por qué es tan crucial no olvidar a Amalek y erradicar su memoria? Porque Amalek representa el epítome del mal, la fuerza que busca destruir todo vestigio de Dios en el universo, incluyendo a los transportadores de las enseñanzas de Dios, el pueblo judío. Se nos ordena no olvidar esto nunca y batallar en contra de esto en toda generación (Éxodo 17:14-16; Deuteronomio 25:17). El espíritu de Amalek todavía vive, y fue ciertamente su espíritu el que le dio fuerza a los perpetradores del Holocausto.
El Holocausto nos recuerda ciertas verdades que, si son olvidadas, pueden destruir a la civilización. Y le recuerda a los judíos que el objetivo de la Torá es cambiar al hombre y transformarlo de bestia en ser humano, y que sólo conectándonos con Dios se puede evitar el mal en el mundo.
Si lo olvidamos es por nuestra cuenta y a riesgo propio.
Fuente: Aish Latino
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