Continúa la presión sobre Israel.
François Hollande, el presidente de Francia, convocó y mantuvo una reunión de 70 países destinada a presionar a Israel sobre el pretendido problema que suponen para el Medio Oriente los asentamientos de judíos en Cisjordania y cómo esa situación pone en peligro la solución de los dos Estados.
Curiosamente, ni Israel ni los palestinos acudieron a la cita. Israel, con razón, dice que la reunión importante es la de israelíes y palestinos cara a cara, sin que medien otros poderes.
Simultáneamente, la reunión de París tenía otro objetivo. Pedir al presidente electo Donald Trump que recapacitara y no reubicara la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, porque ese cambio de sede, dado que hoy está en Tel Aviv, también impediría que algún día se creara el Estado palestino.
A mi juicio, las dos peticiones están equivocadas.
El problema de fondo no son los asentamientos judíos en Cisjordania o la capitalidad de Jerusalén. Esos son los pretextos para no llegar a acuerdos.
El problema de fondo es la tenaz negativa de la dirigencia palestina, tanto la que radica en Ramala, Cisjordania, vinculada a Al Fatah, como la que controla la Franja de Gaza, subordinada a Hamás, a reconocer la existencia del Estado judío y declarar claramente que están dispuestos a vivir pacíficamente con sus vecinos.
He acudido varias veces a Israel y he podido entrevistarme con casi todos los líderes judíos. Para la mayor parte de ellos, la creación de un Estado palestino es un desenlace aceptable, pero sólo si ese Estado está decidido a convivir en paz con Israel, como hoy sucede con Egipto y Jordania.
Incluso es esencial que los palestinos de Al Fatah y los de Hamás dejen de hacerse la guerra, porque, en la práctica, hoy existen no uno sino dos protoestados palestinos, Cisjordania y la Franja de Gaza, que se entrematan, secuestran y torturan con una inusitada ferocidad.
Israel no es el problema de Medio Oriente. En Siria, los crueles bombardeos de Alepo nada tienen que ver con Israel. Ni los conatos de guerra civil surgidos en Libia, Egipto, Túnez o Yemen han sido provocados por Israel.
El problema está en las naciones islámicas.
El problema está en la cultura de la muerte que impera en esas sociedades, donde muchas familias ven con admiración cómo algunos de sus jóvenes se inmolan para hacer daño a unas personas, casi siempre civiles, arrastradas al conflicto.
Incluso pudiera ser útil que, en un hipotético Estado palestino que se creara en Cisjordania, hubiera un porcentaje de judíos. ¿No existe en Israel un 20% de población islámica, con sus diputados y su integración en el único país democrático que respeta a las mujeres en toda la región?
¿A quién se le ha ocurrido el disparate de que una nación palestina sólo puede estar constituida por palestinos? Ése el camino más corto hacia la intolerancia racial y la agresión.
En cuanto a Jerusalén, aunque hay muchos judíos que aceptan la división de la ciudad, también hay muchos que se oponen.
A mí me parece que fragmentar la ciudad será alentar futuros conflictos.
Desde la fundación de Israel hasta la guerra de 1967, Jerusalén estuvo dividida. El oeste de la ciudad estuvo gobernada por Israel, el este por Jordania, y aquello fue un horror.
Desde esta perspectiva, no hay ningún inconveniente en que Estados Unidos traslade su embajada a Jerusalén. Si, finalmente, se genera un nuevo Estado palestino, Washington crearía otra embajada, aunque, provisionalmente, podría dar servicio a las dos naciones desde una misma sede. Eso sería lo razonable. No hay por qué ceder al chantaje de unas personas incapaces de ponderar los intereses de Israel.
Fuente: elmed.io©
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