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El general Hosein Salami, comandante de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), pronunció un discurso el mes pasado en el que ensalzó el poderío militar de Irán, así como sus metas.

Tal y como es norma en el discurso iraní, el comandante de los CGRI se negó a emplear la palabra “Israel”, pero sí dijo muchas cosas sobre el Estado judío. Según la agencia estatal IRNA, Salami afirmó que, 40 años después de la revolución que llevó al régimen islamista al poder, Teherán “se las ha ingeniado para dotarse de la capacidad de destruir al régimen sionista impostor”. Y por si alguien pudiera pensar que la acumulación de poderío militar es de carácter estrictamente defensivo, Salami proclamó que “ese régimen siniestro ha de ser borrado del mapa”, y que la erradicación del mismo “ya no es (…) un sueño”, sino “un objetivo alcanzable”.

Salami no es el primer líder iraní que profiere tales amenazas. Han sido un clásico de la retórica iraní durante décadas, también de los ayatolás que manejan esa teocracia. Pero el hecho de que los CGRI –organización terrorista que dirige la red terrorista internacional de Irán, y que tiene una gran influencia en su economía a través de las empresas que posee– siga hablando de eliminar al único Estado judío del planeta sí plantea algunas cuestiones interesantes y dolorosamente obvias, para las cuales no hay respuestas satisfactorias.

La primera tiene que ver con la falta de voluntad de los socios comerciales europeos de Irán para asumir que siguen queriendo cultivar unas buenas relaciones con un régimen que considera el genocidio de los judíos un objetivo político legítimo. Así, Alemania está trabajando duro para preservar el acuerdo nuclear de 2015, que enriqueció y fortaleció a Teherán y daba a los ayatolás una vía para adquirir armas con las que materializar sus amenazas de borrar a Israel del mapa. Sin embargo, cuando se le preguntó directamente si las palabras de Salami eran una prueba del antisemitismo del régimen de los ayatolás, el ministro de Exteriores alemán, que se declaró contrario a la “retórica antiisraelí”, no tuvo nada que decir.

El de Alemania no es un caso aislado. Los principales países de Europa Occidental están indignados por los intentos de la Administración Trump de aislar a Irán y obligarlo a renegociar el acuerdo nuclear. Francia planteó hace poco la idea de ofrecer un préstamo de 15.000 millones de dólares a Teherán que era, en la práctica, el pago de un rescate que haría que la República Islámica dejara de atacar a los barcos de mercancías en el Golfo Pérsico, así como las plantas petroleras de los países vecinos.

Pese a las provocaciones iraníes, la Unión Europea y su ministra de Exteriores, Federica Mogherini, hablan como si los esfuerzos de EEUU para poner fin a la amenaza nuclear fuesen el obstáculo para la paz, no un régimen que sigue siendo el principal patrocinador estatal del terrorismo y que continúa hablando de ataques genocidas contra Israel.

A pesar de las incoherencias de su política exterior –cuyo ejemplo más clamoroso es la traición a los kurdos frente a Turquía–, el presidente Trump sigue siendo el único líder mundial comprometido con frenar a Irán, en vez de darle alas.

En Israel y Estados Unidos hay quien está preocupado por la negativa de Trump de responder militarmente a las provocaciones de Irán, así como por su disposición a reunirse con representantes iraníes para hablar sobre el fortalecimiento del acuerdo nuclear. Pero parece que ahora Irán no tiene intención de hablar con Trump. Puede que los ayatolás nunca fuesen en serio con lo del diálogo, o que el intento de los demócratas de iniciar un proceso de impeachment les haya convencido de que Trump está condenado a la derrota en noviembre de 2020. Parecen estar haciendo caso al consejo de quienes les dijeron que esperaran hasta enero de 2021, cuando cualquiera de los demócratas que se presente contra Trump reinstaure el desastroso pacto promovido por el presidente Barack Obama y levante las sanciones del republicano, que han tenido un efecto devastador sobre la economía de Irán y sobre la capacidad de Teherán para diseminar el terror por el mundo.

Los partidarios del acuerdo de Obama sostienen que en aquel entonces era la mejor forma de prevenir una inminente amenaza nuclear iraní, y que la única alternativa era una guerra que nadie quería. Pero Trump ha demostrado la falsedad de esa afirmación. La alternativa al apaciguamiento con Irán es la política de Trump de ejercer la “máxima presión” para estrangular la economía iraní, lo que acabará obligando a los teócratas a volver a la mesa de negociaciones; siempre y cuando Occidente se mantenga firme, esté o no Trump en la Casa Blanca.

Aunque los aspirantes demócratas han mostrado poco interés en la política exterior salvo para hablar de la ineptitud de Trump, se les debería preguntar qué tienen pensado hacer ante las constantes amenazas genocidas de Irán y por qué habría que reinstaurar un pacto que ofrecía a Teherán una vía para la consecución de armamento atómico.

Irán no es un país normal, y ni Europa ni ningún partido opositor en Estados Unidos deberían hablar como si lo fuera.

La mera antipatía hacia Trump y el respeto por el legado de Obama no es respuesta suficiente para explicar por qué el apoyo a la reinstauración del acuerdo nuclear sigue siendo objeto de consenso entre los demócratas. Lo mismo se puede decir de la creencia de Europa en que los beneficios que seguirá obteniendo de sus negocios con Teherán son más importantes que aislar a un régimen patrocinador del terrorismo que quiere matar a millones de personas.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio

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