La Torá es muy rica en todos los aspectos concernientes al matrimonio y a la fidelidad.

Antes de incursar en el tema de lo que llegó a denominarse en nuestra sociedad como “vida en pareja”, y que pasó a ser “lo más normal”, quiero aclarar que al escribir estas líneas, lo hago con total respeto por todos, y que no está en mi deseo herir los sentimientos de absolutamente nadie. Entiendo también, que a muchos lectores les pueda parecer que lo que sigue “pertenezca al pasado”, se considere “arcaico” o “primitivo”, y que quizás les moleste, porque lo observan como si estuviera interfiriendo “en asuntos privados”. No puedo evitar que esta cuestión lleve a que alguna persona se sienta “tocada”, pero, por otro lado, callar – en ciertos casos, incluido este – equivale a convertirse en cómplice por omisión, y confundir.

En un artículo publicado en una revista de amplia circulación, se tratan distintas opiniones acerca del concubinato, o las llamadas “uniones de hecho”.

Luego, pasa a contar lo que dice una persona, que declara en nombre del judaísmo, diciendo que no es “tan duro” al respecto: “La tradición hebrea establece pautas generales y no posiciones oficiales; habrá rabinos que se opondrán y otros, como yo, que aceptamos la idea de la vida en pareja sin casamiento previo. Hay muchas parejas en mi comunidad, especialmente jóvenes universitarios, que antes de casarse quieren conocer el encanto y las dificultades de la cruda convivencia cotidiana, y lejos de ser un pecado creo que es una decisión muy saludable y adulta. Cada año oficio unas 50 bodas, y ahora no existe pareja que no conviva 2 o 3 años antes de casarse”. (sic)

Si estas palabras no fueran editadas en un periódico notorio de Buenos Aires, posiblemente no sería menester dedicarle este espacio, pues quien realmente está interesado en averiguar qué es lo que el judaísmo enseña respecto a cualquier tema, sabrá a qué autoridad consultar. Sin embargo, cuando se publicanafirmaciones totalmente inciertas y tramposas, es importante alertar al público para que no se deje llevar por opiniones equivocadas. Más así, cuando el periódico en cuestión califica a esta opinión como la de un “rabino”, y éste dice hablar en nombre del judaísmo, expresando aseveraciones totalmente opuestas a la Torá, es nuestra obligación salir a su cruce y advertir al público para que no se deje engañar.

A tal fin, debemos analizar parte por parte lo que publica el periódico de boca de aquel entrevistado: En primer lugar, establece que la ley judía no es “tan dura”. Al respecto, es importante que aclaremos que las leyes de la Torá no son duras ni blandas. Nosotros aceptamos las leyes provenientes de D-os, sabiendo que – habiéndonos creado Él Mismo, todos los preceptos que Él determina, son perfectamente compatibles con nuestra naturaleza.

El artículo luego afirma que: “La tradición hebrea establece pautas generales y no posiciones oficiales…”. No sé a qué “tradición hebrea” se refiere. Posiblemente posea un código de leyes que yo desconozca. Los judíos nos guiamos en materia legal por la normativa del Shulján Aruj. Éste, muy claramente afirma (citando al Talmud) en el tomo “Even haEzer” Cap. 22, inciso 2, que está prohibido estar a solas (aun) con una mujer soltera. (Esto se refiere a una situación de estar a solas, incluso si no hubiera el más mínimo contacto físico entre el varón y la mujer). Las palabras no dejan lugar a dudas acerca de la ley, y, por lo tanto, no es como relativiza el autor que “habrá rabinos que se opondrán y otros, como yo, que aceptamos la idea de la vida en pareja sin casamiento previo”. Esta es la estrategia frecuentada por algunos referentes en nuestra comunidad, de presentar las cosas como que son carentes de definición, a fin de darse una legitimidad que no les corresponde a partir de que todo es “impreciso” y cuestión de opinión personal.

Sigue diciendo: “Hay muchas parejas en mi comunidad, especialmente jóvenes universitarios, que antes de casarse quieren conocer el encanto y las dificultades de la cruda convivencia cotidiana, y lejos de ser un pecado creo que es una decisión muy saludable y adulta”. Personalmente, desconozco el éxito o fracaso de las parejas de su comunidad, pero sí puedo juzgar por lo que está sucediendo en nuestra sociedad, que tomó esta clase de experiencia como norma consuetudinaria, no ha mejorado, sino – muy por el contrario – se ha estropeado infelizmente la salud del “matrimonio” moderno. No quiero atribuir este mal generalizado únicamente a la convivencia en pareja prematrimonial, pues la misma constituye tan solo uno de los tantos trastornos de la actualidad.

Si bien la Torá no me necesita de abogado, debo aclarar que la vida en pareja sin un compromiso matrimonial no permite “conocer el encanto y las dificultades de la cruda convivencia cotidiana”. Toda relación más o menos transitoria, en la cual los protagonistas no tienen obligaciones fijas que deben cumplir de manera imperativa e incondicional, aun bajo circunstancias cambiantes, y aun si exigieran total altruismo por parte de cada uno de ellos – no se denomina amor. Si cada uno de los integrantes se puede “bajar del barco” cuando el mar está muy picado, este vínculo no es más que una simple suma del sentimiento de egoísmo instintivo de dos personas que casualmente coinciden. Hace falta, nada más, que este sentimiento o encanto se desvanezca, para que la relación se termine.

Los rabinos de las sinagogas, habitualmente ofrecen cursos para ambos novios que se acercan para contraer matrimonio en sus comunidades. Estos cursos estáncombinados por las leyes rituales que deben saber los novios y que se aplican en su mayoría después de haber contraído enlace, y – no menos importante – por una serie de conversaciones tendientes a concientizar sobre la importancia de la buena convivencia y el modo en que se la obtiene. Es verdad que todas las charlas a esta altura son más teóricas que prácticas, dado que se habla de situaciones de vida que aún no se presentaron. No obstante, permiten ver su vida futura con más realismo y cordura del que se prestaron hasta el momento. Lo ideal – obviamente – es que aun después de casados, mantengan el vínculo de confianza con el rabino o con la persona que los asesoró anteriormente, para evacuar las dudas que se puedan ir presentando. Si bien toda esta preparación no garantiza la paz absoluta en el futuro, es un buen primer paso en el sentido correcto. No debemos escatimar esfuerzos en tratar de evitar la progresiva ruptura de hogares, que representa uno de los mayores peligros para nuestra nación.

Si, como lamentablemente ocurre con frecuencia, el ejercicio de “probar vivir en pareja” se repite, la consecuencia es que con cada nueva relación la confianza en que ese noviazgo pueda plasmarse en un matrimonio estable y definitivo para toda la vida, disminuye. La razón para este fenómeno radica en que los seres humanos – comúnmente – no queremos exponernos a sufrir. Por lo tanto, si las convivencias íntimas anteriores terminaron en el dolor y duelo por una separación, uno ya no vuelve a comprometer sus sentimientos y exponerse a una nueva aflicción.

Usted puede preguntarse, pues, ¿dónde se debe aprender a “conocer el encanto y las dificultades de la cruda convivencia cotidiana?”. La respuesta es que debiera instruirse mucho antes, en la casa de cada uno de los contrayentes en el respectivo hogar de su niñez. Es responsabilidad de los padres educar a sus hijos para vivir cotidianamente con sus hermanos, a compartir el tiempo y la atención de los padres y el espacio disponible en cada una de las dependencias del hogar, el uso del teléfono, los baños, etc.
La comunidad, por otra parte, permite y motiva al individuo a desarrollar gestos de generosidad hacia terceros y esto redunda en transformarlo en una persona más abierta a compartir y convivir, que es uno de los factores decisivos en la futura pareja.
Con esto no querremos minimizar la dificultad de la enseñanza en este sentido. Un mundo exitista, materialista, consumista y egoísta como el actual, no favorece esta educación, y quien insiste en este tan preciado ideal, deberá ser consciente de que rema en contra de la corriente.

Por último, se menciona en la misma cita, que “cada año oficio unas 50 bodas, y ahora no existe pareja que no conviva 2 o 3 años antes de decidir casarse”. Bueno. No sé si estas palabras están presentadas a título de justificación. Es decir, que la teoría de que como “ya que todos lo hacen”, se debe legalizar. Nuestra verdadera tradición judía, nos enseña que la Torá no se eligió por apoyo público, sino por la aceptación total y categórica de las leyes de D”s. Aún si todos los judíos desobedeciéramos alguna ley, D-os libre, esta Ley jamás cambiaría.

La Torá nos cuenta que desde un comienzo D-os creó la pareja de Adam y Eva con capacidad plena de amarse genuinamente. En la generación de Lemej, descendiente de Caín, este verdadero amor, se desvaneció. Tomó a dos mujeres para que una se dedicara a tener hijos, criarlos y al servicio doméstico, y la otra para satisfacer los deseos pasionales del marido (Rash”í). Esto fue el preludio del diluvio. Cuando las actitudes no se corrigen, solo tienden a desmejorar: “Y tomaron mujeres de todo lo que elegían”: “Aun una mujer casada, (luego se juntaban) aun (con) un varón, y (luego) aun (con) un animal…” (Rash”í)

Para que no quede lugar a interpretaciones incorrectas, vuelvo a lo que es la sabiduría milenaria: La mayor declaración de amor posible, es bajo la Jupá: “He aquí eres consagrada para mí, mediante este anillo, tal como es la ley de Moshé e Israel…”

Extraído de Tovim Hashnaim del Rab Daniel Oppenheimer

Con información de Tora.org.ar

Fuente: Enlace Judío de México